Celtas Cortos y el placer de la diversión libertaria

Sonaban los Celtas en las casetas de feria del Puertollano de los noventa, entre sevillanas y ska, entre rebujito y cubata, en el puro placer de una diversión caótica y libertaria.

El ferial recuperaba entonces el ciclo adolescente, laureado por la herencia ochentera, en el mestizaje de la movida con la generación X. La senda del tiempo. 20 de abril. Cuéntame un cuento. Eran canciones para abandonarse a la luna de mayo o al esplendor en la hierba de un festival de primavera.

Poco han cambiado los Celtas Cortos, incólumes al nuevo siglo, inasequibles a las modas desde aquel 20 de abril del 90. El grupo de Jesús Cifuentes sigue pirateando en su Costa da Morte, cabalgando en las leyendas artúricas, contando historias junto al fuego en el bosque nocturno y, sobre todo, no dejando títere con cabeza.

El Cifu sigue siendo el impresentable que todo talento del rock debiera ser, incombustible en su actitud contestataria y en su compromiso con el ideal de la radicalidad. Su evocación folclórica de las brumas irlandesas o la muñeira gallega encuentran el contrapunto en el código del descaro que rezuma su inagotable potencia ska, reggae, rock y punk de garaje.

No es de extrañar que el público se rinda, concierto tras concierto, a la franqueza del Cifu y sus compañeros de supervivencia en la autenticidad, como una tripulación corsaria que rasga honestamente el mar de los sargazos sobre un puñado de canciones que ya son himnos para un par de generaciones.

Los Celtas Cortos llegan al Puertollano Winter Festival como fugitivos a la Isla Tortuga, náufragos en la playa de los locos, dispuestos a darlo todo en este refugio de conciertos y correrías. Y aquí los esperamos, en el recuerdo de aquellas risas que nos hacíamos antes, todos juntos.