Danza invisible en las noches de ron y hierbabuena

Danza Invisible nos trajo el sonido nocturno de los clubes ingleses, con esos arreglos de guitarra y teclados rasgando el humo luciferino del tabaco en los pubs de Puertollano. Siempre encontré una evocación romántica y caribeña, aventurera y oscura, en la música del incombustible Javier Ojeda y su banda, en aquella época en que convivíamos pipiolos de camisas floreadas al estilo Miami Vice con modernillos de la new wave.

Danza Invisible es otra referencia atemporal, capaz de desafiar las modas con su soberbio yacimiento compositivo, de poner a prueba las lumbalgias y contracturas de sus fans en el fragor de sus conciertos, y de resucitar las tibiezas de aquellas noches de mayo con aroma a ron y hierbabuena.

Desde aquellos años ochenta Danza Invisible se han dejado caer en numerosas ocasiones por la provincia de Ciudad Real, y siempre como si no hubieran pasado las décadas sobre el escenario, con Ojeda rebotando como un torbellino en su disparate de cabriolas y desmelenes.

Y allí, en estos conciertos del revival, nos recordamos a nosotros mismos, sudando en las pistas de la calle Numancia, coreando “Sabor de amor” o las frenéticas “Sin aliento” y “En celo”, sin temor a los madrugones ácidos de la víspera de un examen fatal y las taquicardias insomnes de los estudios nocturnos.

El Puertollano Winter Festival le tenía ganas a los labios de fresa de la reina del Caribe, y los recuperará con el Ojeda más guerrero, capaz de disipar toda nostalgia y de conjurar la naturaleza muerta con esa luminosa sentimentalidad que solo tienen las bandas que nacieron mirando al mar del Sur.

¡Brindemos por la música!